Todos venimos de entornos diferentes y siempre se ha dicho que este nos moldea, limita o inclusive que marca nuestro futuro, lo cual no comparto al 100%, ya que, de ser así, yo viviría en el pueblo donde me crie, trabajaría en un supermercado y tendría varios hijos (No es que estuviera mal); asumamos que fue el espíritu de superación lo que marcó la diferencia… Puede ser también, pero son los padres y la motivación que ellos imprimieron con regaños, consejos y en nuestros tiempos, uno que otro cuerazo oportuno, lo que ha hecho de nosotros hombres y mujeres de bien.
Todo esto dentro de casa pero que pasaba en las vacaciones, allá en los años 80´s cuando viviamos en el interior, la barriada o el edificio… Las dinámicas en cada uno de estos espacios eran diferentes, ya que, en el interior ir al río, la finca o trepar árboles era lo más divertido que podíamos hacer; bueno, a mi me encantaba agarrar una lata, echar unas pepitas de marañón y encender unas ramitas, para luego pelar las pepas y comerlas calientitas.
Suerte la mía fue tener primos en la capital, así que les visitábamos y entre paseítos al Parque Omar y salidas esporádicas entre semanas con mi tío, lo que quedaba era jugar en el balcón con las naves de Star Wars que mi primo tenía, ver televisión y pelear con mi tía; había que bañarse dos veces al día, comer el bacalao y coditos con cebolla los cuales no me gustaban.
Ya en la etapa juvenil mis tíos se mudaron a una barriada que apenas estaba en construcción; montábamos bicicleta por todos aquellos espacios que hoy colindan con el corredor Sur; nos metimos en las alcantarillas vacías y en la tardecita hablábamos en la acera hasta que mi tío silbara a eso de las 7:30 p.m. Esas fueron mis vacaciones en la ciudad, pero cuando mis primos llegaban a Boquete las reglas eran otras y “Mandábamos” nosotros.
Mi hermana mayor era la encargada del regimiento mientras mis padres no estaban; en las mañanas como el agua salía muy fría, hicimos una competencia para ver quien pasaba más días sin bañarse; armábamos un fuerte con troncos y maderas, íbamos a la finca a cosechar naranjas,
hortalizas y café, pero también teníamos responsabilidades; había que cortar la grama, alimentar a los gatos y perros, botar la basura, etc.
Hoy recuerdo aquellos tiempos y me da tristeza ver que en la barriada donde vive mi hija, los niños no salen a jugar, no hay posadas navideñas, ni culecos en carnavales, tampoco hay árboles que trepar y mucho menos ríos donde bañarse; en mi edificio casi no conozco a los vecinos y el jardín de juegos para los niños está más triste que nunca.
Así viven nuestros hijos hoy encerrados en las mismas 4 paredes que les obligan a matar el tiempo pegados a un dispositivo frío, sin filtro, ni supervisión, en donde ven mucho y hacen poco, el cual les hace creer que lo saben todo, pero que cuando se enfrentan a la realidad se frustran y así es como poco a poco se les clava en la mente y el alma, ¡¡¡el NO PUEDO!!!
Pero sabes, esto puede cambiar y depende de ti y de mi… Solo es cuestión de agarrar a nuestros hijos sin dar mayores explicaciones, contarles nuestras historias, observar sus reacciones o sentarse juntos afuera a ver los talingos o tirar piedras a un tanque y adivina, solo tienes que dejar el celular a un lado y regalarles tu tiempo para conocer su mundo y así romper esa burbuja donde les criamos.
Abdiel Barranco C.
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